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sábado, 29 de enero de 2011

PROMESAS ROTAS

Esta vez dejo una reflexión ajena sobre el documental "Promesas" de BZ Goldberg y otros (EEUU 2001), el documental es tan impresionante y el comentario que copio, tan acertado y lúcido, que cualquier palabra que pudiera agregar estaría de mas. (en los enlaces hay links para verlo online doblado al español o para descargarlo con idioma original)

LINK DE DESCARGA (versión con idioma original) --> http://www.taringa.net/posts/tv-peliculas-series/1996169/Equot_PromesasEquot_-Documental-sobre-el-conflicto-Israel.html



María dijo...
La película es maravillosa, tiene escenas inolvidables, como la niña que con enorme paciencia y tenacidad intenta separar dos sillas de plástico apiladas mientras va desgranando su futura vida como ama de casa, madre y esposa; la escena de Faraj llorando porque cuando acabe de rodarse el documental y se marche B.Z. (quien tampoco puede reprimir las lágrimas) no volverá a ver a Yarko y Daniel; la desolación de la visita a la cárcel donde está recluido el padre de Sanabel y la propia Sanabel, una niña de una enorme humanidad que puede dar lecciones a los adultos; la escena, casi surrealista, de Moishe explicando, con el rollo de la Torá en la mano, que esa tierra es de los judíos. Muy emotiva la escena de la visita de Faraj y su abuela, llave de la casa en mano, al lugar donde estuvo su aldea.
Es desalentador escuchar a niños, como Moishe (judío) o Mahmoud (palestino) víctimas, no ya de las balas y las bombas, sino del veneno de la intransigencia, el odio y los prejuicios inoculados por los adultos y la sociedad que les rodea. Es muy significativa la escena donde B.Z. le declara que es judío y Mahmoud se resiste a creerle, algo se descoloca en su interior.
Me ha parecido magistral el montaje. Gracias a una inteligente alternancia de las escenas, de los espacios, interiores y exteriores y de los distintos planos e introduciendo elementos como fotografías en blanco y negro, mapas e imágenes antiguas, ha conseguido “retratar” el conflicto en su dimensión humana actual, desde la visión infantil, pero sin escatimar su dimensión histórica, imbricando lo cotidiano con lo que lo trasciende.
La película mantiene la tesis de que en los territorios palestinos ocupados por Israel y en el propio Israel la promesa de un futuro en paz está en los niños y niñas, pero también transmite la idea de que ese futuro sólo llegará a ser una realidad si se les educa en el respeto y valoración de los otros, en y para la paz y la solidaridad, para compartir, para convivir "interculturalizados", si les dan oportunidades para el encuentro, el conocimiento y el reconocimiento mutuos, si se les educa en el rechazo a las identidades bunkerizadas, la intolerancia religiosa, los prejuicios raciales, si se destierran el miedo, el odio y la violencia. La conjunción de estos valores trabajados desde la infancia darán como resultado, desde abajo y en profundidad, la paz y la seguridad para todos. Pero en las circunstancias actuales la mayoría de los adultos no están en condiciones de ofrecer a las niñas y niños una educación que apunte en esa dirección. Ni a corto ni a medio plazo estará ahí la salida al conflicto.
En la presión internacional radica otra posible, aunque de distinta naturaleza, salida al conflicto. Un elemento clave en este sentido, ya probado con éxito en Sudáfrica, sería ligar las asociaciones económicas, políticas y militares con Israel a la aplicación del derecho y las resoluciones internacionales. El propio acuerdo de asociación entre la UE e Israel prevé la posibilidad de suspenderlo en caso de violación de su artículo 2 “las relaciones entre las partes, al igual que todas las disposiciones del presente acuerdo, se basan en el respeto a los derechos humanos y los principios democráticos, que guían su política interior e internacional y constituyen un elemento esencial de este acuerdo”. El Parlamento europeo pidió en 2002 la suspensión de dicho acuerdo, pero la Comisión y el Consejo tumbaron la iniciativa (una prueba más del déficit democrático de la UE). Ni la UE en su conjunto, ni EEUU, ni la Federación de Rusia, ni China, por motivos económicos, geoestratégicos, neocoloniales e incluso tal vez por mala conciencia histórica, tienen de momento la más mínima intención de avanzar por este camino. Y la Liga de los Países Árabes está profundamente dividida en este asunto y es incapaz de adoptar una postura común. Pero siendo esto grave, lo es más que los países democráticos y civilizados del mundo practiquen el doble rasero, según si se trata de Palestina (perdón, de los territorios palestinos ocupados por Israel) o de Israel y que en declaraciones oficiales de altos dirigentes políticos recogidas por todos los medios de comunicación aparezca la masacre de Gaza como una acción defensiva de Israel. Queda descartada la presión de los gobiernos y países democráticos y civilizados del mundo por ahora.
Desechemos también, por más que improbable, la intervención unánime de los dioses de la zona, Yahvé, Dios y Allah en pro de la paz.
¿Quién queda para ayudar a los palestinos? Los ciudadanos y ciudadanas del mundo, trabajadores y trabajadoras, hombres y mujeres no cegados por discursos falseadores ni paralizados por su opulencia, que movidos por su humanidad, su compasión y su rabia exijan al gobierno de Israel y a los israelíes, pongan fin a tanto sufrimiento y exijan a sus propios gobiernos que rompan lazos con Israel hasta que respete el derecho de los palestinos a los árboles, al agua, al aire, a la luz, a la esperanza, a un territorio sin muros ni alambradas, a una vida digna.

martes, 11 de enero de 2011

Arte y Moral




León Ferrari crucifica a Jesús; ni siquiera es el hecho mismo de restaurar una flagelación aberrante lo que enfurece a algunos. Se trata del ofensivo cambio que el artista ha operado: en lugar de cruz de madera hay un avión de plástico. La pureza inconmensurable del ícono pareciera impelerlos a su preservación impoluta, sobre todo ante la prosaica costumbre de corrupción del arte laico moderno. La religión secuestrada y monopolizada por unos pocos proclama la escisión radical con el arte; o bien denuncia a viva voz la perversión contemporánea de un arte denigrante y ofensivo, alejado, pareciera, abismalmente de su original esencia, a punto tal que hoy es capaz de blasfemar lo más sagrado sin mayor escrúpulo. Pero ¿cuál es esta esencia “original” si acaso existe?
Una artista semi-chic hace jabones de su propia grasa y los vende a cien dólares cada uno homenajeando en simultaneo a David Fincher y al capitalismo post-industrial. La televisión, guía espiritual de la democracia occidental, se encarga de acercar las inquietudes candentes de la comunidad judía que ve resucitar su tradicional dolor ante la alusión nazi de la artista. Hacer jabones con cualquier parte del cuerpo humano, incluso con una oreja no-judia, es simbolizar al nazismo. Y el nazismo ha sido meticulosamente diagramado para su normatizada representación humanitaria: la victima sólo puede aparecer junto a su victimario pues de modo contrario se estaría omitiendo su verdad.
El respeto frente al dolor humano dicta pautas que conducen a delinear, aunque sólo se trate de un dibujo a lápiz y con esfumina, los obtusos límites que deambulan entre lo moral privado y lo inmoral público. ¿Pintaría cuerpos carbonizados de Cromañon? ¿Esculpiría una picana flagelando carne inocente? ¿Y si creyera que esto permite revelar una verdad de la cual el dolor sólo es su superficie? ¿Si creyera que esta verdad es útil para conocer aquello que cada uno aporta de sí al mundo circundante? ¿Si creyera que este arte inmoral es útil para revelar la inmoralidad humana al no esconderla tras una esforzada moral, sino representándola ante el mismo mundo que la engendró y que la ve hacer?
Quizá no lo haría tampoco. Lo inefable del alma impide ciertas verdades cuyo valor no logra superar el umbral del dolor. Pero esta salvedad ¿hace a semejante arte inmoral? ¿inútil? ¿inconfesable? Y todavía más ¿es el fin del arte la moral? ¿debe el arte servir al desarrollo de una moral? ¿una moral que según se la mire puede ser el origen de un genocidio eurocéntrico como de una tortura tercermundista?
No. El arte no es propedéutico, o si lo es, su misión no responde a una moral externa, objetiva, sino a su particular ethos: la ética de servir a la revelación del mundo, a su revelación no por medio del conocimiento (violento instrumento de sumisión) sino por medio de su actuación: el arte debe revelar el mundo actuándolo, diciéndolo. Es su carácter performativo lo que le permite escapar, hasta donde pueda, de la violencia del mundo. Y si el arte posee algún escrúpulo éste no proviene mas que del respeto que el dolor prescribe en tanto individuo, a cada sujeto singular, dejando libre a cada ser de su propia determinación. Pero más allá de este respeto, que sólo puede ser monopolizado por el artista, el arte no posee mas compromiso que aquel por el cual se reinserta en el mundo: su revelación de verdad.
Esta libertad del arte es su propia debilidad. Una obra, un nombre, un símbolo puede ser cooptado y manipulado en cualquier dirección, pero siempre existirá la libertad del artista de renunciar a su obra (“obcecación y desplazamiento” Barthes dixit). Jamás el arte se rebajará a una insignificante política propedéutica o a un superestructural vicarismo profético, a menos que quiera renunciar al verdadero poder que su ética inmanente le adscribe. Su verdadero compromiso será la revelación y ruptura con cualquiera de los ordenes que nos sujetan y nos ciegan: éste es y seguirá siendo el único y verdadero arte comprometido.
Y aun reconociendo un limite en la moral interna del artista, individuo éste que inutilmente suele luchar con su propia moralidad, al mismo tiempo es posible reconocer la imperiosa necesidad de recuperar una identidad que se pierde en la maraña de dispositivos de poder que las sucesivas morales históricas imponen en la conformación de nuestras individualidades. Podemos sucumbir a un escrupulo personal y a la ingenuidad de creerlo propio, pero siempre existe la posibilidad de desarmar nuestra propia voz e indagar en esa oscura mascara que dice. El arte, así, se vuelve una herramienta imprescindible para este desaprendizaje.