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viernes, 12 de agosto de 2011

En tiempos de Logorrea

En tiempos de diarrea verbal, cuando la explosión de tinta inunda las calles de papelitos papeluchos y boletas, cuando caminar por una facultad exige brasear entre oleajes de plataformas, proclamas de atril y teleologías de bolsillo; cuando aventurarse en una librería de usados descubre hectáreas de papeles almidonados por el vanidoso imperio de la imprenta, detenerse un rato a contemplar el silencio es una experiencia cautivadora. Y descubrir en bocas ajenas la intensidad de ese silencio es aún más cautivante.

La contradicción de usar un medio logorreico para hablar del silencio, es solo una más de las fabulosas contradicciones de este tiempo

Acá va una reflexión de George Steiner sobre el silencio y la logorrea moderna, es el final de su ensayo "El silencio y el poeta":


Éstas no son fantasías macabras ni paradojas para lógicos. La cuestión de si el poeta debe hablar o callar, de si el lenguaje está en condiciones de casar con sus necesidades, es una cuestión real. «Ninguna poesía después de Auschwitz», dijo Adorno, y Sylvia Plath plasmó el significado latente de esta afirmación de una manera al mismo tiempo histriónica y profundamente sincera. ¿Ha perdido nuestra civilización en virtud de la inhumanidad que implantó y que justificó -somos cómplices de lo que nos deja indiferentes- el derecho a ese lujo indispensable que llamamos literatura? No para siempre, no en todas partes, sino sólo aquí y ahora, como la ciudad sitiada que pierde el derecho a la libertad del viento y a la frescura vespertina fuera de sus murallas.
No digo que los escritores deban dejar de escribir. Esto sería fatuo. Me pregunto si no están escribiendo demasiado, si el diluvio de letra impresa a través del cual luchamos por abrirnos paso, aturdidos, no representa por sí mismo una subversión del significado. «Una civilización de palabras es una civilización malsana.» Es una civilización en la que la inflación constante de la moneda verbal ha devaluado de tal modo lo que antes fuera un acto numinoso de comunicación que
lo válido y lo verdaderamente nuevo ya no pueden hacerse oír. Cada mes debe fabricar su obra maestra, de manera que las prensas empujan a la mediocridad a un esplendor espurio y transitorio. Los científicos nos dicen que es talla invasión de publicaciones especializadas monográficas, que pronto las bibliotecas habrán de tener que colocarse en órbita, dando vueltas en torno de la tierra y sujetas a la consulta por medios electrónicos. La proliferación de la verborrea en la
investigación humanística, las trivialidades maquilladas de erudición o de revaluación crítica amenazan con obliterar la obra de arte y la exigente inmediatez del encuentro personal, base de toda crítica verdadera. También hablamos en exceso, con demasiada ligereza, volvemos público lo que es privado, convertimos en clichés de falsa certeza lo que era provisional, interino, y por consiguiente vivo en el hemisferio oscuro de la palabra. Vivimos en una cultura que es, de manera creciente, una gruta eólica del chismorreo; chismes que abarcan desde la teología y la política hasta una exhumación sin precedentes de las cuitas personales (la terapia psicoanalítica es la gran retórica del chis morreo). Este mundo no terminará en llanto y crujir de dientes sino
en un titular de periódico, en un eslogan, en un novelón soez más ancho que los cedros del Líbano. En el chorro abundante de la producción actual, ¿cuándo se convierten las palabras en palabra? .Y dónde está el silencio necesario para escuchar esa metamorfosis?
El segundo aspecto es político, en el sentido básico del término. Es preferible que el poeta se corte la lengua a que ensalce lo inhumano, ya sea por medio de su apoyo o de su incuria. Si el régimen totalitario es tan eficaz que cancela toda posibilidad de denuncia, de sátira, entonces que calle el poeta (y que los eruditos dejen de editar a los clásicos a unos kilómetros de los campos de concentración). Debido precisamente a que es el sello de su humanidad, a que es lo que hace
del h?mbre un ser, un ser ávidamente inquieto, la palabra no debe tener Vida natural, no debe tener un santuario neutral en los lugares y en el tiempo de la bestialidad. El silencio es una alternativa. Cuando en la polis las palabras están llenas de salvajismo y de mentira, nada más resonante que el poema no escrito.
«Pero éstas [las sirenas] tienen un arma más terrible aún que el canto>" escribió Kafka en sus Parábolas* «y es su silencio. Aunque no ha sucedido, es quizás imaginable la posibilidad de que alguien se haya salvado de su canto, pero de su silencio ciertamente no».

¡Qué silencio tuvo que haber en aquel mar; qué preparado tenía
que estar para el milagro de la palabra... !